lunes, 20 de febrero de 2012

Soñando se resiste.


Aceptar que has crecido es mucho más que mirarte al espejo y ver que ya no tienes aparato, que desaparecieron tus granos y que las tetas no te crecerán más de lo que ya lo han hecho. Es algo más que desprenderte de los complejos infantiles, de los de Edipo y Electra, de los juegos de popularidad e incluso de la edad del pavo.

A veces me sorprendo preguntándome si queda algo en mí de lo que fui un día. Siento que tengo una cuenta pendiente con mi ‘’yo del pasado’’, que no lo quiero soltar para seguir siéndole fiel. Pero creo que la realidad es que poco en mí queda ya de él… y no se si eso es bueno.

Como cualquier adolescente quise brillar y comerme el mundo enterito, de los pies a la cabeza, sin dejar siquiera una raspa o hueso en el camino. Adopté un estilo, practiqué lo propio de él con la esperanza de enriquecerlo o entregarle una pequeña parte de mi y me consideré una de sus integrantes. No lo tuve difícil. Lo hice a pequeñas escalas. Brillé. Fui conocida, me hice un pequeño huequecito. Fue una pasión extraña. Gracias a ella, conocí a gente horrible y a gente maravillosa. Viajé, pinté, escribí, canté, bailé, reí y lloré. Adopté un paradigma de tantos y después de conocerlo bien, huí de él. Lo adoraba tanto que me asqueé al ver cómo la gente lo usaba y lo mancillaba. La hipocresía, las irresponsabilidades. Los mayores toyacos eran los que iban con esa palabra en la boca las 24 horas.

Quizás se americanizara todo. Quizás sólo era cuestión de tiempo, quizás simplemente la cosa era así y a mi me costó descubrirlo. Me horrizó que hicieran del hip hop una escusa para bacilar: en los raps, en el graffity, entre crews, entre old y new school. Nadie se conocía realmente y todos se empeñaban en juzgar. Todos eran más que todos y de repente me sentí fan de la cultura del super-ego. Un ego insano y destructor, un ego de todo menos artístico.

Lo recuerdo todo como si de ayer se tratara y lo extraño como si fuera una anciana hablando de sus tiempos de juventud. Creo que no volveré a vivir pasiones tan intensas e irracionales. Espero conservar siempre los buenos recuerdos que me quedan de esa gente y esos tiempos. Sé que todavía sigo enamorada de ellos dado que aún siento esa llamita dubitar en mi pecho al pensarlos.

Hoy, a pesar de todo eso, es el día en el que me he dado cuenta de que no volveré jamás a ese mundo. Hoy he caído en que no puedo seguir estancada pensando en que le debo lealtad a un pasado que siento lejano, que siento no me pertenece. Lo digo con la cabeza bien alta y con la mirada llena de tristeza, como quien es vencido por la naturaleza o por el engaño. Yo no soy lo que fui y nunca lo volveré a ser. Es hora de dejar de mirar atrás y buscar en el futuro mi sitio. Que me llamen toyaca después de todo. Apuesto a que el rapero más gagster de ropas más anchas pasaría por un rapero mil veces más real que yo. Al fin y al cabo, si el hip hop es una lucha continua, yo ya me cansé de batallar hace tiempo.

viernes, 17 de febrero de 2012

Viajar para amar literatura.



Viajé a Roma. Pasé casi una semana allí. Comí de su típica comida, dormí en sus mullidas camas y paseé por sus aceras. Visité sus calles, sus monumentos, sus orgullos y sus vergüenzas. Sentí su frío y me calenté con sus estufas. A pesar de compartir sus risas y encogerme con sus llantos, no sentí la magia.
Quizás no la supe ver, quizás el tiempo que hacía las ocultara o quizás es que no existiera magia alguna. Pronto quise volver a las Españas. A las tierras que tanto andaba y me eran conocidas. Allí dónde la sopa calienta de la cabeza hasta la punta de los dedos de los pies, dónde los días son iguales, pero dónde tienes el gozo de cambiar sus composiciones a placer.
Todos necesitamos un lugar al que volver. Todos necesitamos añorar algo propio. Saber que nos esperan, que nos echan de menos. Pero a la par necesitamos huir y expandir las fronteras de una patria, la nuestra, la verdadera. El mundo es nuestro y jamás tendremos idea de las inmensidades del universo. El mundo es nuestro y no hay nada de lo que se pueda estar más seguro. Los límites de nuestra mente son los límites de nuestros pies. Lo que andemos no nos lo quitará nadie. ¿Ese es el sentido de recorrer mapas? ¿Expandir los límites de mi mente? Yo sólo quiero sentirla, la magia que tanto me desilusionó en mi primer viaje fuera de la Vega Baja. ¿Qué importa la razón sin las cosquillas de la vida? Sin poder viajar más allá de lo físico seguiremos siendo esclavos. Al final no importará el cuerpo, al final la única libertad se hallará en la literatura dónde lo irreal se convierte por fin en libertad.

jueves, 16 de febrero de 2012

Volver

¿Será hora de volver a caminar bajo las sombras de las mariposas? ¿Esas bajo las que el dolor es fenecer y la felicidad inmortalidad? Quise escribir sobre ese sentimiento, pero otras cosas me atormentan y me obcecan