Hay un espacio diminuto
entre el ser y el no ser.
Un espacio colmado de medias tintas
y de grises secos y agrietados.
Ahí es donde van a parar
las personas convertidas en enseres.
Fraguados con el clamor de mil despidos
y enfriados con mil posos de recuerdos.
Uno olvida en el entremedio
como se nadaba hacia la superficie.
Uno solo sabe, por instinto,
bucear hacia ningún lugar.
Es una sorpresa para mi
entender que son mis lágrimas
las que me obligan a aprender a nadar.
Que son ellas las que llenan estos márgenes
y las que me dejan en el fondo de este pozo.
Hace tiempo que no camino,
que no respiro bocanadas de aire,
que mi piel no está seca y cálida.
Mis órganos flotan en un sin fin de verborrea insípida.
Mi condena es estar sola
y que no sea suficiente:
Querer estarlo más,
porque los que no están aquí siguen,
doliendo.