jueves, 4 de noviembre de 2010
Ya no te reconozco.
No apreciamos lo que tenemos, eso no es nada nuevo. El tiempo pasa y con él, el viento erosiona los castillos que se fueron levantando en el aire ¿verdad? No, mentira. De repente aparece un ogro malvado de botas heavis - si, esas botas que aplastan ciudades - y lo destroza todo sin discriminación alguna...
Todo queda irreconocible, como lo que fuimos un día. No te confundas al leer esto - si es que llegaras a leerlo alguna vez - no hablo de un amor adolescente, ni de un capricho obsesivo. Hablo de pensarte como esa jodida pieza que encajaba en una de mis caras, amigo.
Y es que es casi imposible mirarte a los ojos sin ver el odio amargo que te consume, a la par que es casi imposible recordar que no te conocí así. Y me preocupo estúpidamente, por que es inútil preocuparse por gente de orgullo desmedido, por que es inútil preocuparse por quien no quiere agarrar manos de ayuda, pero a la vez me resulta inevitable. ¡Maldita fe! Maldita fe y maldito tú.
Estás irreconocible, no sé quién eres ni qué has hecho con mi amigo.
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