Postrada en una cama ajena me siento a kilómetros de distancia de mi misma. Qué sentimiento tan aletargador. Como cuando te dejas mecer por el río con los ojos cerrados: sin saber hacia dónde, sin saber cómo, sin oponer resistencia. Los días pasan y, aunque no lo sepa a ciencia cierta, siento que la oscuridad es cada vez más fría e infinita.
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