Llegué destruida, como quien se difumina de tal forma que se convierte en un espectro. Sin poder conciliar el sueño pensé que mi pesimismo había vuelto.
- ¿Me echaste de menos?
Traquetea la puerta sólo por educación. Sabe que todo en mi está abierto para él: desde la mente hasta la piernas. Y me folla de tal forma que me deja sin aliento para sollozar siquiera, pero las lágrimas caen silenciosas y mis pensamientos no paran de borbotear en un líquido ponzoñoso de extraña consistencia.
- No, pero estás aquí, así que toma asiento.
No nos miramos. Él pulula por mi alrededor curioseando y toqueteando todo. Esparce sus esporas allá por donde camina, huele o siente. No envejece, no descansa, y por irónico que parezca, no deja de sonreír. Es esa sonrisa irónica y burlona que te apaga conforme ella se va mostrando más apoteósica.
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