martes, 20 de julio de 2010


No murió, no morí
no le desgarraron sus besos de marfíl.

Era tan Dulcinea que las avejas danzaban alrededor de sus caderas.
Sus labios derretían las palabras que salían por su boca
y sus manos eran gélidas flores de invierno, esperando colorear primavera.

Él está tocando su canción,
su canción de después de fundir sábanas blancas.
Es inspirador, no le importa que sea o no cierto,
a ella le gusta pensar que ella es esa melodía,
que es su olor, su piel, su mirada, su jadear.
Y entonces la guitarra ya no es amante enemiga ni resquicio traicionero,
es acústica brisa que despierta sus amaneceres más solitarios.

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