jueves, 27 de noviembre de 2014

Durante ese instante en el que todo lo sientes posible.


Siempre me han dado pánico
esas reconciliaciones después de tanto tiempo.
Creo que
en el fondo
siempre he sido una cobarde
en esto de las relaciones sociales.

     Llegáis y os presentáis como dos viejas desconocidas. Tomas asiento a su lado, apreciando lo poco que ha cambiado en esos años, de hecho, todavía notas que guarda en su interior su esencia característica.
        Su color siempre fue el rosa, no por que fuera una persona empalagosa (que también), sino por que es el color del júbilo en sus ojos. Dejó las vestimentas oscuras, pero sigue con un matiz macarra en su estética. Aprendió a domar una melena que era perfecta siendo salvaje, aunque tampoco esta le sienta mal. Siempre transmitía aires de sabiduría y seguridad, ahora es una mujer independiente y con trabajo (vuestros caminos no podían haber estado más lejos). Piensas que esa estabilidad de espíritu que siempre ha mostrado contrastaba con un estilo de vida caóticamente barroco, casi infantil. Y observas que sigue enterrándose en complementos que la definan ante el mundo y la diferencien de él. Te preguntas si tal vez esa parte de su vida es real o un simple artificio de lo que querría ser o de cómo querría que la vieran.
      Nada pudo ser más triste. Ella me hablaba de su vida personal y a mi no me interesaba nada de lo que me decía. Habría preferido estar al otro lado del río, observando a lo lejos y en silencio. A fin de cuentas, así es como me siento cuando miro su facebook.
     Nunca se me dieron bien estas cosas. Se que el rencor que le tengo desaparece cuando abre la boca y me saluda con la naturalidad con la que una bailarina cruza el escenario: sabes que es artificial, que algo en sus movimientos no debería encajar, pero no chirría. Quizás ni siquiera hace falta que hable. Quizás sólo necesito verla sonreír, hacer como que por no pasar, no pasó ni el tiempo, como que no la odio, como que no la envidio, como que no dolió su marcha y no duele su éxito (¿sin mi?), como que todavía estamos en el instituto y todavía cuidamos la una de la otra.
      Creo que sólo durante ese instante en el que todo lo sientes posible podremos seguir siendo amigas.

lunes, 17 de noviembre de 2014

Por qué creo que soy una cebolla.














Se dice que las personas guardamos nuestras vergüenzas
bajo capas y capas de cebolla.
En ocasiones, para llegar a ellas
- sea cual sea el motivo -
tenemos que llorar.

Sin embargo, un día llega alguien
que te importa y a quien tú importas.
Alguien a quien sabes has herido,
- queriendo o sin querer,
según sople el viento-.
Y te mira de una manera tan inquisitiva
que te atraviesa la  mente hasta grabarse en tu nuca.

Tiemblan tus recuerdos más traicioneros,
se reúnen en tu mente,
como si fueran invocados.
Él parece oírlos tremolar
y tú de repente desearías incinerarlos.

Sin un antifaz para la fiesta.



Sé que estoy muriendo
poco a poco.
Lo noto
igual que un músico advierte
cuándo su composición
está llegando a su final.

Estoy agitada,
nerviosa,
ansiosa a más no poder.
Engullo las bocanadas de oxígeno
aferrándome a la idea
de que mis pulmones trabajan
por mi vida.
Sin embargo sé
que mi corazón late tan rápido
que en cualquier momento
saltará del pecho 
y abandonará mi cuerpo.

Sólo hay una forma de parar este desaire.
Dime de una vez qué piensas hacer conmigo.
Dime de una vez
si vas a desenmascararme
o vas a dejar que mi intimidad 
siga siendo mía.
Dime si vas a condenarnos a los dos
o solamente a mi.
Pues si me quitas todas la capas
que he construido para protegerme y protegernos
no encontrarás nada puro.

Debes aprender una cosa:
no soy tuya, 
me pertenezco.
Puedo querer compartir contigo 
las horas, los días,
las semanas, los meses,
hasta parte de los años de mi vida.
Mis risas, mis llantos,
mi sexo, mi enfado.
Pero ante todo, recuerda una cosa:
Dime de una vez...
...qué piensas hacer conmigo
por que estoy muriendo...
... y sin mis máscaras,
se me hace difícil
respirar.

martes, 11 de noviembre de 2014