miércoles, 27 de enero de 2010

Intrínseco en mis últimas


Podría ponerle tu nombre a mis últimos manuscritos,
a mis penúltimas lágrimas, hastiadas de sal.
A mis últimas sonrisas, teñidas de rosado recuerdo.
A mis últimos pensamientos, claros y confusos.
A mis últimas miradas, suplicantes de nitidez.
A mis últimas ausencias, por caprichos de unos dados.
A mis últimas presencias, por voluntad de dos humanos.
A mis últimos latidos, con motivo entre tus brazos.
A mis últimas pausas, sin mi errante, con traspiés.
A mis últimos deseos, más sedientos sin consuelo.
A mis últimos manjares, cual manzana infernal.
A mis últimas preocupaciones, por guardar veneno y no soltarlo.
A mis últimos suspiros, y el siglo XIX me perdió.

Podría ponerle tu nombre
a mis últimos apoyos,
a mis últimas amarguras,
a mis últimos miedos,
a mis últimos desafios,
a mis últimas canciones,
a mis últimos silencios,
a mis últimas búsquedas,
a mi penúltima pérdida,
a mis últimos insomnios,
a mis últimas tristezas,
a mis últimas alegrías,
a mis últimas rebeldías,
a mis últimos saltos,
a mis últimos tropiezos,
a mis últimas fuerzas,
a mis últimos motivos,
a mis últimos consuelos,
a mis últimos desconsuelos
a mis últimos demonios,
a mis últimos ángeles,
a mi fé.


Tan difícil es cerrar telones como reabrirlos,
pero juro que no son iguales las voluntades.
Sé que le he añorado y querido,
ahora sólo ha de enseñarme a confiar.
Entre él y yo no existe Dios ni cristo,
no existen dados, destino, ni hazar.
Sólo un tiempo perdido y distante
que nos perdió y nos volvió a encontrar.

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