sábado, 8 de noviembre de 2008

Me levanté de la silla. Ensimismada en pensamientos vacíos caminé hacia donde ella estaba. Recorrí el pasillo de punta a punta sin pararme a contar las losetas del suelo y sin mirar los retratos colgados de las paredes. Cabizbaja entré en la habitación desde dónde salía la voz que reclamaba mi presencia, cada vez más débilmente. Lo último que sintió mi cuerpo fue la melodía ascendente y descendente de un xilófono recorrer mi columna vertebral. Y después.. nada. Ni pena, ni dolor, ni rabia, ni angustia... nada.

¿Será esta la famosa felicidad?

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