miércoles, 15 de diciembre de 2010




Sonreiste, como hacía tiempo que no me sonreías. Abriste los brazos y me invitaste a llenar el vacío que dejaban, a olerte el pelo, a lamerte la mejilla, a carcajearte en la oreja, a rozarte la nariz con mi nariz. Y me besaste en la frente. El viento cerró la puerta de un portazo feroz y desperté sobresaltada.

Y allí estaba, metida entre unas sábanas revolicadas, en la penumbra de las cuatro de la mañana con tan solo dos horas para volver a dormir, soñando con la amistad que siempre quise.

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