miércoles, 4 de febrero de 2015

(...) Ilustrémonos.


Ilustración de Joe Lillington.

   Fueron tantos los días, que no podría ordenar los acontecimientos cronológicamente. En ocasiones me sorprendo atando en el tiempo algún recuerdo furtivo que aparece de improvisto, y pienso, con un ánimo a camino entre la sorpresa y la tristeza: Joder, ¿tanto hace desde entonces?

     La imagen que tengo de nuestra vida juntos la ilustro inevitablemente a través de un mar solitario, cálido y húmedo, ni demasiado manso ni demasiado agitado. Inmediatamente me viene a la mente una manta llena de montañas lisas producidas por los cuerpos de una pareja de adormecidos amantes. Son imágenes sujetas a un tiempo infinito. Es un mar que nunca será interrumpido, son dos amantes que nunca serán despertados. ¿Qué diferencia hay entre un mar dubitativo y la lectura de los movimientos somnolientos de una pareja a través de una manta? Ahí están, nuestros recuerdos, nuestros momentos. Son cada uno de esos movimientos, cada una de esas olas. Todos concretos, conscientes, pero revueltos en una densidad casi indistinguible (no por ello más homogenea) que no entiende de tiempos ni fechas. ¿Qué pasó en 2012? ¿Fue mejor que 2013? Esas no son nuestras categorías. Conocemos el espacio, porque variaba a nuestro alrededor, pero el tiempo era uno y era todo nuestro, constante, y por ello insignificante. Ni siquiera llegamos a celebrar ningún aniversario.
     Es ahora cuando empieza de nuevo a moverse un segundómetro que ha permanecido cinco años inútil por el placer del Dolce far niente.

No hay comentarios: